29 nov 2011

Un cuento cualquiera

Cuando hace 6 años un adolescente comenzó a escribir canciones de amor dramáticas enfocadas a encontrar al amor de su vida y de rebote convirtió a su grupo de rock, en un superventas, los jefazos de las discográficas daban saltos de alegría. El éxito afloraba allá donde aparecían los chavales, las entradas se agotaban fuera cual fuera el aforo y los premios acumulaban polvo en las vitrinas llegando a coparlas enteras.
Dos años después, el muchacho se dirigió al estudio de nuevo, para repetir la hazaña y volvió a recurrir a su musa, la que nunca le fallaba para encontrar la inspiración. Tanto era el amor que sentía, que su trabajo llegó más lejos que nunca, y cosechába más premios, más popularidad y más dinero. Sin duda al muchacho esto le hacía feliz, pero le faltaba algo: la persona con la quería compartirlo todo, así que ni corto ni perezoso, comenzó su propia búsqueda de la felicidad y el amor.
Los jefes no se opusieron, dando tal vez por hecho el fracaso amoroso que haría que el chaval regresara para componer más y más canciones de desamor que cosecharan más premios y más dinero, pero el pequeño artista conquistó el corazón de su amada y la llevó con él.
Pocos creían que en el amor verdadero entre ellos y por esa razón, dejaron que el muchacho comenzara el idilio que le marchitaría en algunos meses, para volver a desahogarse en el estudio, pero solo podría hacerlo bajo el más absoluto secretismo, para no destrozar las esperanzas de todas las jovencitas a las que había enamorado con sus dramáticas canciones (y seguir forrándose a costa de éstas). Pero en contra de lo que todos pensaban, triunfó el amor entre ellos y se hicieron inseparables. Ella le cuidaba cuando estuvo malito, le comprendía, le escuchaba y le seguiría hasta el fin del mundo presa de su amor. Él por fín encontró la felicidad. Su historia no fue fácil, muchos fueron los que la odiaron por arrebatarles en muchos sentidos al jóven, pero ellos se refugiaron en sí mismos y continuaron adelante contra las adversidades.
Un buen día, ella decidió que también quería ser feliz y probó su suerte. Ganó, y ésto hizo a ambos absolutamente felices, a pesar de que seguían resignados a ser felices en secreto.
Tan felices eran, que pasado otro año, llegó el momento de que el muchacho regresara una vez más al estudio para componer esas canciones que cada vez le hacían ser más adorado, más popular, ganar más premios y hacer a todo el mundo más multimillonario, pero el chico había cambiado. Su drama se había convertido en felicidad, su dolor en amor y el jóven artista era ahora un hombre. Con más esfuerzo y ganas que nunca, lanzó su nuevo trabajo, a pesar de haber tenido que costeárselo él porque pocos confiaban en su nuevo criterio y una vez visto la luz, sus nuevas canciones, fracasaron. Los premios no llegaron, ya no le adoraban como antes y no ganó tanto dinero. Nadie entendía nada, nadie le veía ya como a un muchacho con sentimientos si no como a un humanoide (su pinta ayudaba). Hubo quien pensó en culpar al público, que ya había crecido, hubo quien pensó que la gente solo quiere escuchar las penas de los demás, pero sobre todo, hubo quien pensó que la culpa fue del amor y se dedicaron a destruírlo y separarles...

Pero colorín, colorado, puede que el cuento no se haya acabado (aunque por ahora, sí).